
Qué viva la alegría. Concierto en memoria de Carmen la del Titi.
Llega la “Uchi” junto al resto del elenco que actuará en la tercera parada de Zona Flamenca. Hija de Carmen la del Titi, se sienta en una silla frente al escenario todavía en pleno montaje. No puede evitar la emoción al ver el rostro de su madre inserto en la escenografía con los bloques al fondo. Recuerda que allí tuvo a sus hijos, después se marchó a su actual barrio y gira levemente la cabeza, en un gesto idéntico al que su madre Carmen realiza en la entrevista en que aparece en el documental An Andalucian Journey: Gypsies and Flamenco (1988).

El local de la Asociación vecinal de Madre de Dios lleva tiempo que es un hervidero, un trajín de carga y descarga. Los niños y niñas juegan entre las sillas del bar y se arremolinan en el tablao en el que cantan sus canciones favoritas. El ambiente es de que algo importante está ocurriendo en el barrio y lo que después sucede así lo corrobora.
Porque desde que Mari Vizárraga entona los primeros versos, toda la plaza Constelaciones empieza a vibrar, cada vez aparecen más personas que ocupan todas las sillas y cuando Pastora Galván lanza una manoletina al aire, el público ya ha entendido que está asistiendo a un espectáculo único e irrepetible, algo que la propia Carmen la del Titi podría haber protagonizado y que África la Faraona se encargó de recordar; más allá de gestos estéticos de la fiesta, existe una forma de expresión de los cuerpos femeninos que no entienden de coreografías académicas, sino que salen desde el propio poder de las mujeres que saben lo que es sacar adelante y defender a los suyos. Aunque eso sí, sorprende mucho la naturalidad con que se ejecutan coreografías y cantes por tangos y bulería que hoy viajan por la estratosfera planetaria del flamenco desligadas de los cuerpos y vidas que las crearon desde Triana a Madre de Dios y de aquí a los billboards de Times Square.
Y esa consciencia de alegría corrosiva no solo estaba presente sobre las tablas, sino también entre el propio público. A modo de espejo, las vecinas de Madre de Dios coreaban a Joaquina Amaya que cantaba a su barrio en su barrio, subía el entusiasmo con las bulerías de Angelita Montoya y se subían al escenario en una fiesta colectiva jóvenes mujeres y el tío Bobote se suma al elenco.

Aumenta el número de personas en la doble escena, porque la plaza está a rebosar y los botellines se acaban. Las sillas laterales de las vecinas más mayores están delante de grupos de jóvenes llegados de otras partes de la ciudad. Vecinas gitanas de las otras dos partes de Tres Barrios ocupan las sillas del fondo junto a las mujeres de Madre de Dios que hacen de anfitrionas, con bebidas que van y vienen, con el olor a buñuelos en el aire y los rostros con sonrisas abiertas. Todas las personas, las del barrio y las de fuera, las pequeñas y las mayores, las gitanas y los gaché, todas, pudieron mantener en los rostros la alegría de la celebración de la memoria y del arte. La fiesta continuó entre la vecindad femenina incluso después del desmontaje pues eran muchas las ganas contenidas de celebración.