
Camino a la Utopía. Concierto en memoria de Pepa la Calzona.
Justo enfrente del bloque en el que vivió y murió Pepa la Calzona, se alza un escenario que es presidido por su gesto de sentimiento ante la calzada de la calle Utopía. Sus familiares y vecindad se arremolinan para escuchar los primeros acordes de la guitarra de Luis Amador a los que la voz de Ezequiel Montoya se abraza. Todo encaja en las tablas y a su alrededor a pesar de un viento fresco y de las pocas sillas en comparación con el público que acudió. La explanada se quedó pequeña y muchas personas tuvieron que ver el espectáculo en pie, como si fuera el precio que tuvieran que pagar por cruzar las fronteras visibles e invisibles de la periferia.
Si Ezequiel abrió el espectáculo cantando por derecho, las imágenes del baile de Pepa sobre la blanca escenografía nos recordaba que las fatigas se quitan con alegría, también por alegrías o por tangos como se arrancó Lole Montoya con el público entregado a la memoria de una mujer gitana, ciega y valiente que sacó a los suyos a base de trabajo. Su éxodo de Triana explica con claridad las historias de muchas personas que habitan el Polígono Sur.
Y es que el legado de Pepa en el barrio todavía permanece. Muchas son las personas, lógicamente de cierta edad, que la recuerdan y lo hacen con una sonrisa, porque la simpatía era su sello personal.
La alegría era la tónica en la noche que caía cómplice sobre la calle Utopía, donde la perplejidad de una parte de la vecindad se mezcló con la curiosidad de las personas que por primera vez pisaban aquellas aceras. Las primeras al ver cómo su barrio se llenaba de arte y alegría; las segundas por descubrir una parte de la ciudad que mantiene la construcción de un imaginario de marginalidad. Sin embargo, unas y otras parecieron ponerse de acuerdo en la armonía y al compás de Lole, atrayendo recuerdos y una genealogía común.
El momento se convirtió en sublime con Diego Amador a su piano. Los rostros atónitos del público se mezclaron en una suerte de ritual gitano contra la oscuridad, como la de los bloques que llevaban un mes sin luz y que se iluminaron por un instante. Las condiciones materiales recordando que la cultura no puede estar de espaldas a la realidad. El arte recordando que a pesar de las condiciones materiales hay dignidad en quien resiste.
Un piano en Las Vegas y una bandera gitana conmemorando la lucha de un pueblo allí donde está más machacado. Un recuerdo para muchas personas que fueron camino a la calle Utopía buscando arte y lo encontraron. Pero no solo el talento recorrió la noche de abril, también se rompieron barreras y prejuicios, algunos de ellos demasiado asentados, demostrando que el flamenco puede jugar hoy ese papel destinado a cambiar las percepciones y visiones estrechas de las personas, a ser el vehículo de expresión del anhelo de muchas personas.