
Si vienes a Madre de Dios, eres de Madre de Dios
El rostro sobre el escenario de Carmen la del Titi se divisa entre los bloques del fondo y los que pueblan el escenario. Es como si estuviera alerta de todo lo que fuera a ocurrir allí. A medida que van llegando personas a la plaza la tarde va cayendo, niños y niñas ocupan la primera fila que no abandonarán durante gran parte del espectáculo. “Tenéis que poneros como si esto fuera un teatro”, se les dijo. Y así fue, como si supieran de la trascendencia del momento.
A la vez que se llenaban las sillas, el ir y venir entre éstas y la Asociación Vecinal Constelaciones era constante. El ambiente de preferia se combinaba con el de acogida. Todas las mujeres del barrio que habían compartido taller de baile con África de la Faraona estaban en un lateral, dando un paso más hacia el escenario al que finalmente subieron para hacer el reconocimiento que su profesora se merecía. Ellas que saben hacer del espacio plaza creando un ambiente tan acogedor que se olvida que estás en plena calle.
Y llegó el momento de las mujeres. Raúl el Perla a la guitarra estuvo toda la noche al servicio de ellas, junto a Emilio Castañeda y Fali del Eléctrico. Mara Rey y Joaquina Amaya pusieron el barrio patas arriba así para empezar, entre bulerías y tangos, entre guiños a la familia y a Madre de Dios, supieron acoger junto a sus vecinas a toda la gente que llegaron de otras zonas de la ciudad, que fue mucha. Con ellas bailó África de la Faraona, y con ella se hizo barrio, sus gestos de complicidad y los jaleos de las primeras filas se contagiaron, creando la atmósfera de casa, de lugar seguro. El mismo que ocupó Esperanza Fernández con una actuación digna de su figura, especialmente por bulerías, y entregada a un público que en ese momento ya estaba en los brazos de aquellas mujeres gitanas que decían y bailaban verdades como puños. El cierre de Carmen y Marta Amaya con su sobrina Samara, convirtió la plaza en fiesta familiar, subiendo al escenario el mayor de los Amaya, Antonio, padre y abuelo de todas, para hacer de aquel momento algo inolvidable y único, que finaliza con el público y artistas cantando por tangos.
Y es que desde el primer momento, cuando cruzas dos calles y se llega al recodo que cubre el escenario, solo puedes sentir que allí todo lo que ocurrirá será bueno. La generosidad de las artistas sobre las tablas solo es comparable a las de las vecinas que acogen. Familias gitanas de diferentes barrios, personas aficionadas de distinta condición y pelaje; gente joven y personas de edad, con el denominador común de sentirse un poco de Madre de Dios