
Poniendo en orden. Concierto en memoria de Antonio Núñez “Chocolate”.
En la esquina de la tiendecita de Rocío, con el cartel del ciclo de Zona Flamenca se agolpan niños, niñas y adolescentes mientras en la plaza, repleta de furgonetas, se mantiene el ajetreo de los técnicos. Salen corriendo de un lado a otro buscando a los responsables de producción, al director artístico, al técnico de sonido, entre otros. Y es que este día, de nuevo, la plaza Río de Janeiro hace su particular mutación a espacio para la cultura y la memoria. Para el barrio y desde el flamenco.

Una banda de veladores a un lado y personas de pie al otro, flanquean las sillas que rápidamente se ocupan por gente del Polígono Norte, vecinas y también personas aficionadas de otros lugares. Algunas aparcan sus bicicletas como si estuvieran acostumbradas a hacerlo a diario, superponiendo otra fisonomía humana a la que todas las noches ocupa su lugar, al fondo, junto a la calzada. Allí permanecen las vecinas con sus sillas y ataviadas con sus mejores galas, que esta noche viene mucha gente de fuera y hay que estar presentables. Porque la plaza se fue transformando en teatro a medida que avanzó el espectáculo.
En ello tuvo mucho que ver el equilibrado elenco. La línea de trazada entre Jerez, Lebrija y que culmina en Sevilla, fue inaugurada por Manuel Jero, que puso el toque necesario para que se llenara el ambiente de Jerez en la voz de Rafael del Zambo y el compás de Juan Diego Valencia y Manuel Cantarote, marcando las líneas de lo que llegó a ser la velada. Ivan Carpio se adentró en la profundidad, paró el reloj por seguiriya y regaló al público unos fandangos de su tío abuelo Chocolate con el acompañamiento de Manuel Valencia. Anabel Valencia llenó de energía femenina un escenario masculino, poniendo a la plaza ya abarrotada en ese momento en pie. El colofón lo puso el Barullo, con el baile inconfundible marca de la familia Farruco, el acompañamiento al cante de Iván, el soporte de Juan y Manuel y el toque de Manuel Valencia, cerrando la noche con la emotiva bulería al tío “Chocolate”.
Así, mientras caía el relente de la noche refrescando el ambiente, el público apiló las sillas en un abrir y cerrar de ojos, mientras los vecinos del bar y tiendecita se encargaban de que todo quedara recogido en su plaza, porque “que usted lo sepa, queremos que esto se repita y para eso todo debe quedar en orden”. Otro orden en el que el barrio y sus vecinos se abren a que suceda lo inesperado, a que el sonido de guitarras, gargantas y taconeo al compás limpien las fatigas cotidianas.
